LOS SAPOS

Los sapos piden lluvia
al Todopoderoso
para cantar sus penas,
para lavarse el rostro.

Regresan de un olvido
ajados y rugosos
como las hojas secas
de un amaranto tosco.

Después de un largo exilio
de invierno para todos,
se adueñan del verano
por la amnistía del lodo.

Y vuelven reencarnados
en buscadores de oro,
por eso se devoran
los bichos luminosos.

Si salen a la ruta
parecen un estorbo
y enfrentan los camiones
hinchando bien el lomo.

El sapo de los charcos
es un poeta loco
que canta y que recita
su viejo repertorio.

Él no es más que un artista
con rango de tenorio
que sufre con las ranas
que no entran en su tono.

Las sapas se enamoran
del sapo lujurioso,
porque él es de la luna
romántico devoto.

El sapo tiene fama
de ser en el villorio
amigo de las brujas
y esquirla del demonio.

Y el pobre es tan gauchito
que nunca junta enojo,
por más que alguna escoba
le deje el lomo roto.

Hay sapos que en el huerto
son ángeles custodios
y adoran la poesía
de los malvones rojos.

La lengua de esta guardia
es un mortal abrojo
para la araña intrusa
que entró en su territorio.

Hay uno en los batracios
que busca de mal modo
sacar del barro inmundo
su suerte de rococo.

Cuando cree que cabe
en su estómago un foco
la brasa de un cigarro
lo quema al ambicioso.

Yuyo Montes

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