LA GATA

Esto ocurrió no hace mucho,
en una noche de luna
con relámpagos lejanos
y una promesa de lluvia.

Yo que contaba hasta entonces
con una puerta segura,
un leve roce me puso
los pocos pelos de punta.

Alguien surgió de la nada,
envuelta en traje de espuma,
con la actitud seductora
de una bailarina rusa.

Sus dos ojazos dorados
brillaron en la penumbra
y mi piel tomó distancia,
por si sacaba las uñas.

Cuando le dije que yo
soy célibe por natura,
se burló de mí en la cara
con un: ¡Nunca digas nunca!

Por sacarla de mi vista
dejé el plumero sin plumas
y casi rompo un florero
en su flexible cintura.

Al rato estuvo de vuelta,
más delicada que nunca
y no tardó mucho tiempo
en derrumbar mi estructura.

Yo que ostentaba con gusto
la fama de pocas pulgas,
me desperté en la madeja
de un mundo de travesuras.

Y en la casa se hizo dueña
de la parte más oscura
para dormir todo el día
como una auténtica bruja.

Ya sé que sobre el tejado
se instalará la trifulca
con galanes que requieren
amor de una prostituta.

Pero aunque fuera un tirano
que controlara su industria,
yo no soy quién en la tierra
para juzgar su conducta.

Hoy, si le doy mi galleta,
la muy mimosa maúlla
y con total desenfado
mis pantalones rasguña.

Por eso, en cuestión de amores,
sabiendo usar la ternura,
las gatas y las mujeres
siempre salen con la suya.

Yuyo Montes

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