EL ESPANTAPÁJAROS

Le dibujé una cara
de hombrecillo romántico
y con papel cometa
le di el poder de un látigo.

Los pájaros azules
con objetivo táctico
llegaban madrugando
a comer mis almácigos.

Y me di a la tarea
de proteger mis rábanos
haciendo como pude
un cuidador fantástico.

Lo armé de una melena
más rubia que un relámpago
y de unos zapatones
que yo heredé de un cuákero.

Le puse buena pana
para su cuerpo escuálido
y una gomera al cuello
para asustar impávidos.

Tendría trece años
mi niño en ese ámbito
y el sueño de un muñeco
ya andaba en pie galáctico.

Salvé unas radichetas
de estos voraces vándalos,
después que una bandada
burló mi mundo mágico.

Las avecillas libres
siguieron con sus hábitos
al ver que no existía
para ellas ningún pánico.

Se le treparon todas
a su morrión lunático
brindándole sonidos
al clown tan carismático.

Una noche de agosto
en lo mejor de un sábado,
un incendio de estrellas
pulverizó mis cántaros.

Cuando vi que era tarde
para salvar al náufrago,
lloré abrazado al humo
de sus huesos de álamo.

Y me quedé muy triste;
murió mi espantapájaros,
como mueren los hombres
sin provocar escándalo.

Yo lo recuerdo siempre
a mi querido vástago
y mientras pasa el tiempo
me pongo más nostálgico.

Yuyo Montes

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